"Hola, soy Juan Carlos, tu compañero cósmico" me dijo un tipo que me esperaba en las escaleras; era gordo, tenía rulos fucsias que combinaban con su tu-tú y bigote (mal decolorado). "Para empezar voy a buscar tu equipaje" me dijo, estuve a punto de decirle que no tenía pero él se apresuró a recogerlo. Abrió un fuerte de almohadas en el que había una jaula y en ella un espectro flacucho, más bien escuálido, con su labio superior muy delgado y el inferior carnoso cual morcilla vasca, pero de un color pálido cuasi amarillento. Yo me limité a observar con extrañeza, sin hacer preguntas.
Cuando por fin llegamos a la convención Juan Carlos me dijo "Desde acá vos solito, alimentalo cada 6 u 8 horas (refiriéndose al pasajero de la jaula), por allí hay una boletería. Tomá, con esto te va a alcanzar" Hizo gesto de que me iba a dar algo, con confianza extendí la mano y de alguna manera no me sorprendió que me diera una plastilina multicolor. "Suerte pibe, no la pierdas" Se fue.
Con mi jaula me acerqué a la boletería y para mi sorpresa era ella, la profesora de geografía con quien me la lleve en la secundaria. ¿Se acordaría de mí?
-María Amanda- le dije con tono superado.
-La misma, y usted señor... disculpe, no le reconozco- respondió con tono de incomodidad. Estaba a punto de decirle, cuando caí en cuenta de que yo tampoco sabía quién era, entonces fui corriendo hasta un espejo: me toqué la cara, hice gestos raros y serios también, me mostré los dientes; no hubo caso, no pude reconocerme, tampoco recordar mi nombre ni el motivo de mi visita. Al principio quise llorar, pero las lágrimas no salían, así que me recompuse y decidí inventar un hombre: yo sería quien quisiera, cuando quisiera, para quien quisiera. Volví calmado.
-Soy...-aclarando mi voz- en verdad no puedo decirlo, resulta que estoy de encubierto en una misión ultra secreta- (dije con tono convincente).
-Oh... bueno, en ese caso deje su equipaje y sea bienvenido- respondió y de inmediato me guiñó el ojo.
-Muchas gracias- avancé, y con un gesto amable me despedí.
Había muchos puestos que podían interesarle a uno: En un costado, dos siamesas de japón, unidas por el brazo derecho de una y el izquierdo de la otra, estaban desnudas y bañadas en purpurina. Atadas con cadenitas apretadas, tan apretadas que parecían tatuajes, dejando a la vista su hombros, sus tobillos y un poco de sus senos, aparte de sus delicadísimos rostros. Era tan hermoso y horrible a la vez. Se ve que no conocían el idioma, pues balbuceaban unas pocas palabras y sonidos sin sentido. Arriba de ellas, un cartel que decía: "Japonesitas a 10 centavos" traté de acercarme con la plastilina que me dio Juan Carlos, pero ellas me rechazaron escupiéndome y vociferando en japonés, agradecí no entender.
En otra esquina había un niño medio mono que se trepaba a las paredes con su cola (la única parte de primate a la vista) y que cantaba con una tonadita pegadiza "Patatas de Gokū, son las que quieres tú" y no se qué otra cosa. Seguí caminando y me topé con un viejo que gritaba algo que despertó mi curiosidad "¡Ármese usted mismo! ¡Entre al cráter y ármese usted mismo!" Le pregunté cómo iba la cosa y lo que entendí a medias fue: Él desarmaba tu cuerpo y metía tu alma en un cráter donde yacían tus partes escondidas. Si para el momento del eclipse no encontrabas todas, te quedarías así para siempre y él con tu alma. De lograr armarte completamente, conservabas tu alma y liberabas 6 más. El viejo lo llamaba " El rompecabezas humano", accedí a jugar, puesto que no tenía nada que temer (hace rato había empezado a sospechar que era un sueño).
Al principio fue fácil, pero a medida que el tiempo pasaba, las partes estaban mejor escondidas, empecé a asustarme cuando el eclipse comenzó y aún no encontraba mis orejas. Las busqué sin cesar, maldiciendo y lamentándome. Pero cuando quise darme cuenta estaba encerrado en un reloj lleno de cuerpos destruidos, con costras blancas grisáceas; entes a medio armar llorando, sangrando, gritando con sus gargantas rajadas y sus ojos derretidos. Y el segundero comenzó a violentarme y a golpear mi mente, a delirarme cada segundo, de cada minuto, de cada día, por toda la eternidad.
En otra esquina había un niño medio mono que se trepaba a las paredes con su cola (la única parte de primate a la vista) y que cantaba con una tonadita pegadiza "Patatas de Gokū, son las que quieres tú" y no se qué otra cosa. Seguí caminando y me topé con un viejo que gritaba algo que despertó mi curiosidad "¡Ármese usted mismo! ¡Entre al cráter y ármese usted mismo!" Le pregunté cómo iba la cosa y lo que entendí a medias fue: Él desarmaba tu cuerpo y metía tu alma en un cráter donde yacían tus partes escondidas. Si para el momento del eclipse no encontrabas todas, te quedarías así para siempre y él con tu alma. De lograr armarte completamente, conservabas tu alma y liberabas 6 más. El viejo lo llamaba " El rompecabezas humano", accedí a jugar, puesto que no tenía nada que temer (hace rato había empezado a sospechar que era un sueño).
Al principio fue fácil, pero a medida que el tiempo pasaba, las partes estaban mejor escondidas, empecé a asustarme cuando el eclipse comenzó y aún no encontraba mis orejas. Las busqué sin cesar, maldiciendo y lamentándome. Pero cuando quise darme cuenta estaba encerrado en un reloj lleno de cuerpos destruidos, con costras blancas grisáceas; entes a medio armar llorando, sangrando, gritando con sus gargantas rajadas y sus ojos derretidos. Y el segundero comenzó a violentarme y a golpear mi mente, a delirarme cada segundo, de cada minuto, de cada día, por toda la eternidad.
Clara.González.Casella
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